jueves, 27 de noviembre de 2014

OUGUELA, PEQUEÑO-GRAN TESORO VIGILANDO LA RAYA

Moisés Cayetano Rosado 
Subiendo de Campo Maior hacia el norte -camino de la Raya/Raia, para ir hasta Alburquerque-, nos encontramos a 10 kilómetros de la primera, casi pegando a la frontera, esta pequeña población de poco más de cincuenta habitantes.
Su lugar privilegiado, en un pronunciado cerro cercano al río Gévora, rodeado de tierras feraces y de manantiales, le han hecho centro de ocupación poblacional desde época prerromana hasta la actualidad, en que ha quedado tan mermado de ocupantes. Celtas, romanos, visigodos, musulmanes… han ido pasando por este promontorio, fortificándolo estos últimos, antes de que la ocupación cristiana le diera su conformación definitiva.
Será el rey D. Dinis el que le otorgue fuero propio en 1298, que D. Manuel renueva en 1512. Conservará estatuto de villa hasta la reforma administrativa de 1836, en que pasa a depender del concelho de Campo Maior.
Alburquerque y su castillo al fondo visto desde Ouguela
Desde uno a otro de estos dos reinados, se configurará definitivamente el castillo, pasando a ser una de las plazas fuertes más importantes del Alto Alentejo, defensora de la frontera frente al poderoso señorío castellano de Alburquerque.
Esta función de control fronterizo y defensivo volverá a desempeñarla activa y reiteradamente a lo largo de la Edad Moderna, especialmente durante la Guerra de Restauração o independencia de Portugal (1640-1668), en que fue tomada por los ejércitos españoles durante veinte años (1642-1662). Después, durante la Guerra de Sucesión de la Corona española (1701-1714), especialmente en la ofensiva de 1709. Sufre nueva invasión en 1762, y otra más en la llamada Guerra de las Naranjas (1801), en que volvió a ser ocupada.
Por todo ello, su amurallamiento medieval sería complementado con refuerzos abaluartados desde un primer momento de estos conflictos modernos, bajo proyecto de uno de los ingenieros más importantes del siglo XVII, que trabajó intensamente en la frontera alentejana: el francés Nicolau de Langres.
Sin embargo, las actuaciones más importantes tendrán lugar a mediados del siglo XVIII, en que se le dota a la fortaleza de un baluarte, un medio baluarte y revellín.
Bajada a la cisterna.
A resultas de ello, nos ha quedado un hermoso patrimonio, consecuencia de estos conflictos medievales y de la Edad Moderna. Así, tenemos en la actualidad un espacioso patio de armas aún habitado, con amplísima cisterna al medio (pudiéndose contemplar en un hueco central las escaleras de bajada y en otro la cavidad de la misma), horno comunal y huertas entre el caserío, además de monumental Casa del Gobernador, recientemente rehabilitada.
Casa del Gobernador
Protegiéndolo todo, conserva una hermosa muralla medieval, con extraordinarios torreones, que puede ser recorrida por su paseo de ronda, contemplándose a esta altura de más de 260 metros sobre el nivel del mar el extraordinario valle transfronterizo. Ello nos permite disfrutar al norte de la Serra de São Mamede y la Sierra de San Pedro (contemplándose claramente la silueta del castillo de Alburquerque), al oeste la inmensa planicie alentejana hasta más allá de Arronches y del barragem (pantano) do Caia, al este la vega pizarrosa de Villar del Rey, y al sur Campo Maior.
La puerta de entrada de la fortificación medieval -posteriormente remodelada- fue protegida en el siglo XVII por un semibaluarte, perfectamente conservado, como también lo están otras construcciones “a la moderna”: hornabeque al este, la zona más expuesta a la ofensiva; profundo foso perimetral, contraescarpa, camino cubierto, parapetos y plazas de armas.

La visita a este patrimonio monumental resulta siempre grata. El paseo por sus ronda elevadas, un goce para todos los sentidos: inmensas vistas circulares a valles y planicies; avistamiento de aves que sobrevuelan el castillo y los alrededores; el olor de la naturaleza cambiante de una densa vegetación contrastada de riveras y montes; el sonido relajado de algún rebaño de ovejas… y ese aroma de la cocina casera alentejana, que nos viene de las casitas de este interior fortificado, o de las otras viviendas que ascienden desde sus calles empinadas hasta la fortaleza. Goce general para experimentar y que a partir de ahí siempre nos gustará de repetir.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

TRILOGÍA DE LA GUERRA Y EL MIEDO

Moisés Cayetano Rosado
Conocía, desde hace muchos años, buena parte de la poesía de Alfonso Albalá, escritor y periodista nacido en Coria en 1924, y muerto prematuramente, en 1973. Sin embargo, su narrativa no había llegado a mis manos, pese a que ya en 1968 publicara dos novelas de su extraordinaria trilogía “Historias de mi Guerra Civil”: “El secuestro” y “Los días del odio”, ambas publicadas por la Editorial Guadarrama, de Madrid. Luego vendría, como obra póstuma, “El fuego”, editada por Magisterio Español en 1979.
En realidad, más que historias de la Guerra Civil española, se trata de historias y memorias durante la II República y su prosecución en la Guerra Civil.
“Los días del odio” podría leerse como la primera entrega de la trilogía, y en su título nos lo adelanta todo. El enfrentamiento soterrado, los rencores amasados año tras año, generación tras generación. La dudosa eficacia de la fórmula de “expresión de la voluntad popular” para llegar a una pacífica convivencia: “Frente al cartel, sobre la mesa del maestro, estaban esas como escupideras de la democracia, o de la dudosa y divertida voluntad general, que son las urnas, donde hacía el pueblo su micción de acuerdo con la voluntad de los caciques, ya fuera a la antigua usanza o de la nueva ola” (pg. 36).
Dura reflexión, sorprendente en un hombre tan moderado y conciliador como Alfonso Albalá, intachable, conservador, católico practicante, que más adelante nos sorprenderá con esta afirmación: “El caso es que los ricos eran los menos, y ésta es la hora  en que aún me pregunto por qué estábamos nosotros de su parte. Digo que sería porque éramos cristianos; pero es que luego he visto bien claro que era verdad lo que mi tío Ramón decía, que los menos cristianos eran, y aún lo son, los ricos. Porque a aquello de entonces no había derecho. Lo que vino tenía que venir, según mi tío, a la fuerza. Y tenía que venir contra los ricos necesariamente -insistía-, sobre todo si era cosa de Dios” (pg. 105).
Todo el relato está plagado de estas inquietudes, de estas denuncias, que lanza a un lado y otro de las líneas de enfrentamiento de aquellos años convulsos, dramáticos que le toco vivir.
En “El fuego”, que bien podría leer en segundo lugar, redunda en los recuerdos anteriores. Es como un complemento de la obra anterior, aunque más centrado en el acontecimiento tremendo del incendio intencionado de un bar con servicio de prostitución que pusieron en Coria, en ese tiempo de la República, teniendo Albalá alrededor de 10 años. De nuevo, la contradicción queda de manifiesto en este diálogo sorprendente (pg. 84):
“Mi padre fue a ver al dueño y le pidió, por nosotros, que no consintiera un hecho como aquél: un prostíbulo allí mismo, en la muralla del pueblo.
Y dijo el dueño:
- Es otra renta…
Y mi padre le dijo:
- Pero usted es católico, es rico y, además, de derechas.
Y él le dijo:
- Por supuesto. Pero es que es otra renta, señor mío…”.
En toda la narración -impregnada por la religiosidad del autor, su familia, sus allegados-, queda patente una firme denuncia de la hipocresía y el proceder, que condena, de los ricos del entorno, exentos de principios y atentos a la ganancia como fuera.
Y también, constantemente, la denuncia del proceder de los activistas locales de la República, cuya conducta reprochable pone de manifiesto, como ocurre cuando un grupo de monjas se dispone a participar en las votaciones políticas: “Una voz cantó, de pronto, aquella letrilla horrible que decía: Las derechas, sólo tienen/ presunción y cara dura,/ porque han sacado a votar/ a las putas de clausura” (pg. 89 de “El fuego”).
El niño que Alfonso Albalá era durante la II República (de siete a doce años de edad) está marcado en estas dos obras por el miedo. Un miedo constante a lo que ve en la calle, a lo que oye, a lo que ocurre, a lo que teme que ocurrirá, mirado desde el punto de vista de una familia conservadora, monárquica, católica; de un niño inspirado por estos ideales (que mantendrá a lo largo de su vida y obra), lo que no es inconveniente para que en “El secuestro” escriba:
“Es triste, muy triste, todo lo que viene ocurriendo. Es increíble. Un pueblo inhabitable, absurdo, despreciable, esto es España. Un pueblo dominado por ricos sin entrañas, por una derecha inmensa, inabarcable, cazurra, analfabeta. No hay más que visitar enfermos, un día con otro, para conocer esta dura y penosa realidad. Raigones de hombre diezmados por el hambre; esto son mis enfermos. Al principio me llenaba de lástima ver cómo volvía en el verano el horrible azote del paludismo, y comprobar cómo se consumen lentamente familias enteras por comer sólo tocino y pan” (denuncia puesta en boca del médico, Silverio, refugiado en un convento de monjas de clausura cuando el peligro de muerte con el estallido de la Guerra es inminente -pg. 182-). Palabras que nos recuerdan al Felipe Trigo de “Jarrapellejos” o de “El médico rural”, pese a sus distintas mentalidades personales.
La trilogía que conforman estas tres obras (muy similares las dos primeras en la trama: un niño testigo de los acontecimientos locales durante la II República en pueblo marcadamente dividido, y específica la tercera de lo que es una huida y ocultamiento de quien está en peligro por esa división al desbordarse en enfrentamiento violento), se nos ofrece con una narración marcadamente poética, llena de ritmo y de cadencia, de metáforas e imágenes impregnadas de belleza, amena de leer, pese a la dureza de los acontecimientos y el miedo general (y especialmente del niño) que todo lo impregna.
“Trilogía de la guerra presentida y el miedo sostenido” podría subtitularse esta obra emotiva, magnífica, que muy bien merecería una nueva reedición, que nos trajera a la actualidad a un autor, Alfonso Albalá, cuya “Poesía completa” acaba de publicar con acierto la Editora Regional de Extremadura.


lunes, 24 de noviembre de 2014

EL CASTILLO DE MONTJUIC EN BARCELONA: LUGAR DEFENSIVO, OFENSIVO, DE REPRESIÓN, DE OCIO Y DE CULTURA
Moisés Cayetano Rosado
Con el inicio de la Revuelta de los Segadores (1640) comienza a construirse el Castillo de Montjuic, en torno a la torre atalaya existente en lo alto de la montaña. Construcción defensiva que no impidió su toma por los ejércitos de Felipe IV en 1652.
Una refortificación del mismo va a tener lugar a finales del siglo XVII, a causa de los asedios marítimos de esas fechas, construyéndose una ciudadela, tres baluartes y una línea de redientes orientada hacia el mar.
Con la Guerra de Sucesión a la Corona española iniciada en 1701, volverá a tener nuevo protagonismo, al inclinarse Cataluña a favor del archiduque Carlos de Austria, en contra de Felipe V de Borbón. Las hostilidades se manifestarán en el año 1705, prolongándose hasta el final de la guerra, en 1714. El Castillo será un bastión de la defensa borbónica, en cuyo poder estaba, aunque muy brevemente, pues fue conquistado en octubre de 1705. A ello seguirá nueva ocupación borbónica en la primavera de 1706, otra retirada inmediata y una nueva ocupación -ya definitiva- por las tropas de Felipe V en septiembre de 1714.
Todas estas acciones de defensa y ataque -primero de la corona española de los Austrias (mediados s. XVII) y luego de los Borbones (principios s. XVIII), frente a independentistas o contrarios a la nueva dinastía de origen francés-, llevarán a una consideración del castillo de Montjuic de Barcelona como un elemento defensivo de primer orden, acordándose su remodelación y reforzamiento, que dotaría a partir de 1751 al castillo de una extraordinaria fortificación abaluartada. Prácticamente es la que nos ha llegado hasta nuestros tiempos.

El proyecto es del ingeniero militar Juan Martín Cermeño, y está constituido por un trapezoide adoptado a las curvas de nivel de la montaña. Tiene dos baluartes flanqueando la cortina de la puerta de entrada (de puente levadizo sobre el foso perimetral), dos largas cortinas laterales con profundo terraplén formando abruptos glacis, y hornabeque con revellín al medio en el extremo opuesto (zona suroeste) a la puerta de entrada. En 1799 se culminarían las obras, pero sus soberbias defensas no fueron obstáculo suficiente como para que durante la Invasión Napoleónica fuera tomado (sin resistencia), en 1808.
Esta “maquinaria de guerra”, con su “juego defensivo-ofensivo”, va a tener a partir de 1842 un nuevo y triste papel: el represivo. En ese año y el siguiente, el gobierno del general Espartero reaccionará por la revuelta barcelonesa de protesta contra su política autoritaria bombardeando sistemáticamente desde el castillo a la ciudad. Ocasionará cientos de muertos y de heridos, tremendos daños materiales y la huída de decenas de miles de habitantes.
Este papel coercitivo del castillo abaluartado contra su propia ciudad se volverá a repetir en 1856, con otro balance de cientos de muertos, ocupación militar de la ciudad por el gobierno conservador y represión extrema.
Todo el siglo XIX estará marcado precisamente por esta función controladora, represiva  de la ciudad desde el castillo. Y a partir de 1893 unirá nuevo uso directo de sus instalaciones militares: centro de detención y tortura para centenares, miles de opositores, especialmente anarquistas, sindicalistas en general y obreros participantes en huelgas y conflictos. A este respecto, destacan las detenciones y fusilamientos en sus fosos de la Semana Trágica de 1909 (el pedagogo libertario Francesc Ferrer i Guàrdia será una de las víctimas más famosas) y de la huelga de La Canadiense y conflictos consecuentes, entre 1919 y 1922.
Durante la II República española y la Guerra Civil volverá a tener nuevo protagonismo como prisión y ejecuciones políticas, primero dirigidas por organizaciones antifascistas y después por los militares franquistas, que lo ocuparon a partir de enero de 1939. Desde entonces, la concentración de miles de prisioneros y las ejecuciones sumarias no cesarán, siendo el caso más destacado el del presidente de la Generalitat, Lluís Companys, fusilado el 15 de octubre de 1940 en el foso de Santa Eulàlia, de la cortina sur de la fortificación.
El castillo sería prisión militar hasta el año 1960, en que fue cedido a la ciudad parcialmente, con encargo de construir en él un Museo Militar (exaltador de “las glorias castrenses patrias”, estando en funcionamiento desde 1963 hasta 2009).
En la actualidad, tras obtener la ciudad la cesión total y definitiva en 2007, acoge en sus fosos actividades deportivas variadas y en el interior exposiciones artístico-culturales temporales en sus galerías perimetrales, así como actividades lúdicas en su patio central. Las terrazas son miradores privilegiados hacia la ciudad y el mar.

Un objetivo de futuro es convertir este espacio (primero defensivo-ofensivo militar, luego de represión ciudadano-político-sindical contra la propia ciudad y sus habitantes, y ahora lúdico-deportivo-artístico-cultural) en un lugar para la Memoria, la enseñanza histórica y la reivindicación de la libertad y los derechos individuales y colectivos. Así lo señala el folleto que facilitan con la entrada al monumento, editado por el Ayuntamiento de Barcelona (“Castillo de Montjuic, Barcelona”, Ajuntament de Barcelona, 24 pgs.), con textos de Manuel Risques e Itineraplus, de donde he tomado fundamentalmente las ideas que expongo en estas líneas.

viernes, 21 de noviembre de 2014

POESÍA COMPLETA, DE ALFONSO ALBALÁ


Autor: Alfonso Albalá.
Edita: Editora Regional de Extremadura. Serie Rescate. Mérida, 2014. 297 pgs.

En 1998, el Ayuntamiento de Coria editaba Poesía Completa, del escritor cauriense Alfonso Albalá (1924-1973). Ese volumen, difícilmente encontrable hoy en día, ha sido de nuevo publicado por la Editora Regional de Extremadura, en su Serie Rescate, trayéndonos a la actualidad un autor extremeño y universal que muchos no conocen o no conocen bien, pese a tener una densa obra publicada, no solamente por lo que a poesía se refiere, sino también como excelente periodista y como más que notable novelista, cuya trilogía sobre la Guerra Civil española es una obra de altura, que bien merecería también una nueva edición.
Poesía Completa está integrada por los tres poemarios que publicó en vida: Desde la lejanía (1949), Umbral de la armonía (1952) y El friso (1966), así como el libro póstumo Sonetos de la sed y otro poemas (1979), diversos villancico y poesía sueltas. Antecede a este repertorio su pequeño trabajo Notas para un ensayo sobre la armonía, precedido de un emotivo prólogo de Manuel Alvar y unas notas de sus hijas Gracia, María José y Paloma, que han sido las encargadas de la edición y notas aclaratorias a pie de página, que ascienden a 218 a lo largo del libro.
Ya en su ensayo sobre la armonía nos aclara Alfonso Albalá su poética y su concepto de la vida, hondamente religioso, al tiempo que profundamente humano: “El hombre camina, pasa el pasado, las fronteras del tiempo, para empezar a vivir el presente único, Dios, la Vida verdadera donde la muerte no existe, porque ni siquiera podrá ser un recuerdo. Allí, allí será la Armonía Total” (pg. 35).
Su primer poemario, Desde la lejanía, clarifica desde el título su contenido esencial: la añoranza de la tierra de nacencia desde el destino urbano a donde le han llevado sus estudios, el transcurrir de su vida, y que me recuerda a la romántica alentejana Florbela Espanca: “Esta es mi tierra, tierra Madre, Extremadura,/ árida tierra, seca, reseca, tierra dura,/ tierra sin horizontes, horizontal llanura/ que da a mi angustia vertical, ansia de altura” (pg. 54).
Es una evocación desgarradora y rebelde, que denuncia la situación de relegación en que se encuentra una tierra destinada a la tremenda emigración que, en pocos años de escritos estos versos, se llevará a casi la mitad de sus habitantes, por eso, por ser una “tierra dura,/ tierra sin horizontes”.
Pero el lugar donde reside, como a tantos miles de extremeños, tampoco le va a resultar acogedor: “Mi ventana está abierta a la ciudad,/ -cáncer de ruidos, sucio gris de invierno.-/ ¡Esta brumosa soledad,/ como un oscuro eterno” (pg. 75). Como nuestro Félix Grande o el poeta de Tomelloso Eladio Cabañero (amigo del anterior) manifestarán unos años más tarde, la ciudad le llena de angustia, de soledad, choca en el recuerdo con su apacible lugar de nacimiento, que hubo de abandonar.
Y en esa angustia, el recuerdo de la madre se acrecienta, como le ocurriera a Juan Ramón Jiménez en parecida despedida. “¿Recuerdas, madre, aquella despedida,/ el abrazarme con tus lágrimas,/ deteniendo mis prisas con tu pecho?” (pg. 79), escribe Albalá en su largo, desgarrador, emotivo “Poema del hijo ausente”.
Este primer libro, editado inicialmente por los Servicios Culturales de la Diputación de Cáceres, acaba con unos versos sosegados, que vuelven al sentido vital, religioso, que anima la vida del autor: “Te doy gracias por todo./ Cuida, Señor, mi sed,/ tu sed en mi paisaje./ Hazme tu salmo… Amén.” (pg. 107).
El segundo poemario, accésit del Premio Adonais, publicado en Madrid por Ediciones Rialp (como correspondía al galardón), ya lleva en su título (Umbral de la armonía) ese ideal del poeta: la armonía, la conjunción de la vida, del ser con los suyos, su entorno, el mundo. Va dedicado a su mujer, Josefina, de la que dice significativamente: “tú eres el Umbral de la Armonía” (pg. 115). Poemas a la amada, a sus seres querido y a Dios, que siempre está presente  en el poemario, como ocurriera tres años después en “Hombre y Dios”, de Dámaso Alonso: “Llamado estoy, Señor, a la armonía,/ desde este barro Alfonso, humilladero/ de mi afanoso uncir a tu madero/ nuestra nada en agraz y paganía” (pg. 145).
Uno de las más emotivas composiciones la dedicará a su madre, a la huella tremenda que dejó su ausencia: “¡Mi madre vive todavía!,/ ¿por qué me dicen que se ha ido?/ Todo está aquí: están aquí/ mis juguetes, y aquellos libros,/ todos con santos y con mapas…/ ¿Por qué me dicen que se ha ido?” (pg. 159).
Y sobre su madre, sobre el entierro de su madre, versará el tercer libro de poemas, último que publicó en vida.  También en Adonais, publicado por Rialp: El friso.
Para mi gusto, el mejor de todos. Una composición elegíaca de extraordinaria altura. Un libro singular, conmovedor, de una fuerza extraordinaria en sus metáforas, en el hilo conductor de un relato lineal: el traslado del féretro desde su casa al cementerio. “”Sobre su mismo surco, sobre el hombro/ de mis hermanos, pesaba/ su cuerpo horizontal/ bajo la lluvia” (pg. 175).
Volverá muchas veces sobre ese traslado a hombros, sobre esa lluvia incontenible, con un torrente de versos de una emoción y un amor indescriptibles: “Con su cuerpo obediente, hermoso y limpio,/ definitivamente muerto en la madera/ filial de la memoria,/ vamos allá con nuestra ofrenda” (183). Para finalizar con su mensaje trascendente: “abatido su tiempo en nuestros hombros, conforme/ el friso sideral acerca/ hacia el silo de Dios los corazones” (pg. 201).
En Ediciones Rialp también serán publicados sus Sonetos de la Sed y otros poemas, donde la constante espiritual estará presente con frecuencia: “En tu madero aguardo la agonía/ que cristifique en mí mi necesaria/ sazón de serte solo Eucaristía.” (pg. 223). En esta entrega van también dos poemas largos (“Encuentro con Polop”, recuerdo emocionado de su estancia en el pueblo alicantino de Polop de la Marina, y “El mendigo”, una de sus composiciones más desgarradoras y hermosas).
“El mendigo” alcanza para mí  la fuerza expresiva y la tensión del poemario El friso, pero esta vez con un claro mensaje de ternura y denuncia: “por el camino de los frailes/ iban, venían sus harapos,/ con su sabor a otoño, a tierra/ sucia, con su manta de trapo,/ con su ala rota sobre el hambre/ y el hombro caído de sus años” (pg. 251). Lo evoca desde sus recuerdos infantiles en el pueblo: “Me daba miedo del mendigo,/ de su voz blanda en mis zaguanes,/ contra mi sueño, asustadizo” (pg. 255). O más adelante, con esa insistencia, esa desgarrada sensación, esa profunda sensibilidad: “Y me acuerdo de aquel mendigo,/ de su llamar sobre mi puerta,/ de su mirada en mis juguetes” (pg. 260).
Ha sido un acierto más de la Editora Regional, que con esta Serie Rescate nos está devolviendo a autores que un poco se nos iban yendo de las manos, o que muchos no supieron en su momento, en nuestra propia tierra, apreciar en la medida de su clara grandeza.
MOISÉS CAYETANO ROSADO

jueves, 20 de noviembre de 2014

CONCELHO DE ALANDROAL, LA TIERRA DE LOS TRES CASTILLOS
Moisés Cayetano Rosado

El concelho de Alandroal está pegado a la Raya en uno de los espacios más discutidos de nuestra frontera: la zona limítrofe de Olivenza. En los mapas y planos oficiales portugueses, esa separación no aparece, pues su reivindicación sobre todo el territorio oliventino continúa siendo materia apasionada.
Están separadas ambas comarcas (Llanos de Olivença y Concelho de Alandroal) por el río Guadiana, que al comenzar el concelho de Alandroal -en la freguesía de Juromenha- adquiere gran prestancia: estamos en la “cola del embalse de Alqueva”, ancha todavía en esta gran planicie. Antes de la construcción de la presa, en verano, podía pasarse de un lado a otro, con el río prácticamente sin agua en el lugar donde ahora barcas, barcazas, lanchas y otras embarcaciones a motor navegan a placer.
Juromenha -de la que en alguna ocasión hemos hablado-  es población mínima, de un par de largas calles, con casas primorosamente encaladas, de altas chimeneas, tan altas como las fachadas. Desde su fortificación se divisa un amplio territorio (en especial de Los Llanos de Olivenza) y el río, que ofrece magníficos espectáculos visuales, especialmente en los atardeceres.
Sus lienzos de muralla del siglo XVII se conservan en muy buena parte, con agudísimos ángulos, fosos profundos y baluartes de impresionante solidez. Dentro quedan los restos del castillo de origen musulmán, de tierra compactada, así como una hermosa iglesia, una capilla y diversas construcciones de estancias militares, pues el enclave fue históricamente importantísimo en la frontera tanto en tiempos medievales como modernos.
Dieciséis kms. más al suroeste está Alandroal. Su castillo -en el centro de la villa- fue fundado por D. Dinis, pero tiene amplias influencias musulmanas en su construcción. Con dos puertas de arcos góticos, al norte y al oeste, encerraba en su interior un caserío en semiabandono que ha sido demolido recientemente, ofreciendo una “plaza de armas” expedita. El recorrido por el adarve de la muralla resulta especialmente agradable, por la visión del caserío y de los alrededores que ofrece, así como las vistas a su interior, especialmente su Igreja de Nossa Senhora da Graça, de trazos renacentistas.
Son dignas de conocer en Alandroal la judería, así como las múltiples iglesias que ennoblecen con su porte la ciudad, y su fuente renacentista de mármol, en la Praça da República, donde también se encuentra la monumental Câmara Municipal.
La cocina de sus restaurantes es bastante seductora, y tiene gran fama A Maria, donde el cozido de grão, chispe assado no forno, borrego à Ti Maria, pezinhos de coentrada o su repostería se elevan a la categoría de arte. Pero no hay que desdeñar otros restaurantes menos afamados, aunque más visitados por los lugareños, como puede ser Zé do Alto, que une a sus assados de borrego, carne de porco à alentejana y sus bacalhaus unos deliciosos platos de peixes fritos, pescados en el Guadiana y servidos tan frescos que a veces nos encontraremos con la camioneta que los trae del río cuando accedemos a su interior.
Todo el concelho, en fin, es digno de recorrer con detenimiento. Y, en cualquier caso, no deberíamos salir de él sin visitar, 10 kms. más al sur, Terena, de esbelto castillo medieval, al que se llega atravesando su atractiva y sencilla rua directa, de portadas góticas, renacentista y barrocas, inmensas chimeneas y artístico pelourinho con fuste de pizarra.
A 1’5 kms. se encuentra el Santuário de Nossa Señora do Boa Nova, Monumento Nacional, mandado edificar por la reina castellana doña María -mujer de Alfonso XI e hija de D. Afonso IV el Bravo- al tener la feliz noticia de la ayuda portuguesa a Castilla, tras inicial oposición de la Corte, en la Batalla del Salado (1340). Con planta de cruz griega y almenas musulmanas, es una fortificación gótica de singular belleza, como una maqueta de castillo en el llano, de valiosas pinturas interiores. La romería que allí celebran en mayo conserva un sabor popular y medieval extraordinario, como ocurre con la Semana do Guadiana, organizada cada mes de junio por el concelho, en diversos lugares del mismo, incluidas estas tres poblaciones.

En los alrededores, la huella prehistórica se esparce en diversas dólmenes a los que se llega por caminos de encinas y alcornoques, rebaños de ovejas y de cabras, quedando en otros lugares (especialmente cerca de Terena) restos de castros celtas, en parajes que hacen las delicias de los senderistas.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

EL ANUNCIO EMOCIONAL DE LA LOTERÍA DE NAVIDAD

Moisés Cayetano Rosado 
El spot publicitario que actualmente se emite sobre la lotería de Navidad es una auténtica obra maestra. Una obra maestra de la publicidad, que es a lo que aspira cualquier publicista y cualquier pagador de publicista, porque el anunciante lo que busca, claro, es la eficacia, la venta de su producto de forma contundente, masiva, provechosa.
El casi indigente que no ha podido comprar un décimo de lotería en el bar, vuelve a él derrotado en medio del jolgorio de los parroquianos, que han sido agraciados con el premio gordo. Le atiende el mismo que le ofreció la suerte rechazada y al preguntarle que cuánto le debe por el café recibe como respuesta que 21 euros. Ante su sorpresa, le aclara: 1 euro por el café y 20 por esto (se refiere al décimo premiado, que le ha guardado desde que se lo ofreció en un sobre a su nombre). Llantina, emoción, solidaridad, compañerismo, alegría compartida.
La pieza cinematográfica es magnífica. Los escenarios (la casa desolada de este pobre de pedir, por lo que hace a su aspecto. El bar rebosante de alegría y cava). Los planos generales de la celebración suertuda; planos medios del indigente y su mujer, o del indigente parroquiano con el dueño del bar; primeros planos del protagonista; primerísimos planos de sus ojos llorosos… Los colores oscuros de la contrariedad primera; los claros, brillantes de la “gracia” sobrevenida. El maquillaje, la vestimenta… El brevísimo guión de palabras medidas, mínimas, sostén de las escenas, que lo dicen todo por sí solo…
Hay que darles un diez a los creadores. Máxima nota, como a los publicistas de la ONCE. ¿Se han dado cuenta de que los hacedores de anuncios relacionados con la suerte, el azar, son los mejores? Van a la inteligencia emocional, al sentimiento profundo de compasión y de solidaridad, que late en nuestro interior, por mucho que la vida y su dureza nos lo haga ocultar en la lucha cotidiana. Al deseo de cambio para bien en medio de la mediocridad y las dificultades del día a día.
Todo muy bien, muy noble y loable. Pero no hay que olvidar el mensaje subliminar que subyace debajo del spot: compre, compre, compre. No deje pasar la suerte, que se puede quedar viéndola en las manos de los demás, mientras a usted se le ha escapado, por su falta de fe, su falta de esperanza… en este caso compensada con la caridad, que no siempre estará tan cristianamente ahí.
Con la crisis, ese grupo importante, mayoritario, de consumidores de juegos de azar, de cupones, loterías, primitivas, etc. que está constituido por los que rozan las necesidades primarias y se las ven y desean para llegar a fin de mes, ha ido restringiendo el gasto en estos menesteres. Es una clientela necesaria que “peligrosamente” recorta su aportación. Y, claro, hay que atraerla, ganársela, mandarles el recado de que ésta es su oportunidad para salir de los apuros, de las dificultades, e incluso de la miseria. Aunque sea apretándose también por esto el cinturón, arañando a sus recursos menguadísimos la aportación para soñar, para mantener por unos días, unas horas, la ilusión.

La publicidad es eso: emotividad, impulsos, sueños, toques malabarista para estar más guapos, atractivos, seductores…, para lograr fajos de euros a cambio de un billete “que a cualquiera le sobra”. Para engrasar el motor de la sociedad de consumo que se autoabastece por su misma generación de necesidad de consumo. Y por la suerte remota que, seguro, esta vez sí llama a nuestra puerta. ¡Ale!, a comprar la lotería, que ya estamos todos con la botella de cava o de champán duchándonos en la mañana fría del 22 de diciembre.

martes, 18 de noviembre de 2014

LA BURRA CON GPS Y OTROS AVÍOS DE COMER

Autor: José Joaquín Rodríguez Lara.
Edita: Editora Regional de Extremadura. Colección Vincapervinca. Mérida, 2014. 134 pgs.


José Joaquín Rodríguez Lara es un escritor de larga y completa trayectoria. Poeta, narrador, periodista…, ha destacado en todas estas facetas con especial firmeza. Y con especial ternura, pues toda su obra está repleta de rigor, elaboración técnica, amenidad y delicado proceder, no exento nunca de ironía.
Ya lo vimos en su primer poemario, La tierra de fondo, publicado en 1980, cuando el autor contaba 25 años de edad y lo confirmó con El Conchito, la narración corta ganadora del Premio “Felipe Trigo” en 1981. A partir de ahí, todas sus entregas literarias y periodísticas han estado marcadas por “el toque de la gracia”, algo intangible que distingue a un autor de calidad, sea cual sea el género literario en que se manifieste.
Ahora lo hace con un libro sencillo y a la vez complejo. Sencillo por su narración cercana, coloquial; complejo porque mezcla en los distintos textos que lo componen material memorialístico, periodístico, filosófico, aforístico y otro puramente poético, de poesía desnuda y pura como la quería Juan Ramón Jiménez.
En cualquier caso, a lo largo de las 134 páginas de La burra con GPS y otros avíos de comer -que así se llama este nuevo volumen de Joaquín, que publica la Editora Regional en su Colección Vincapervinca-, podríamos establecer como dos grandes apartados para sus treinta “entradas”. Uno primero en el que hace un ejercicio de memoria infantil muy pegado a su tierra de nacencia, Barcarrota, y otro segundo, variado, en el que el capricho del autor nos va llevando desde el reportaje periodístico a las reflexiones del día a día, sus experiencias cotidianas y ejercicios reflexivos breves y profundos.
La primera parte recuerda un poco la narración poética de sus comienzos, en El Conchito (que, por otro lado, tanto me evocaba siempre al Alfanhuí, de Rafael Sánchez Ferlosio). La segunda, al proceder cotidiano de su ejercicio profesional como periodista, en el que ha publicado textos memorables.
Y, en todo, como digo, subyace la ternura, el goce por lo pequeño y cotidiano, por lo común y lo ordinario, sin faltar nunca el toque de ironía, que en muchas ocasiones nos lleva a la sonrisa y a la risa.
Todo el libro es un regalo gozoso para el lector, pero yo he de manifestar mi debilidad por la primera parte. Esos recuerdos de la infancia que le llevan a narrarnos la vida y enseñanzas de sus dos abuelas, su padre, su familia; las primeras escuelas que pisó; el entorno cercano de personas, los animales domésticos que le rodeaban, todo su mundo de pequeño, su gran mundo de niño pobre pero no empobrecido, que iba descubriendo cada día. Un mundo fabuloso y fabulado, evocado y reinventado, porque “la máquina del tiempo lleva muchos milenios inventada. Y es muy sencilla: aterriza en el pasado con la memoria y vuela hacia el futuro con la imaginación” (pg. 17).
Y he estado hablando de Joaquín Rodríguez Lara en pasado, porque el libro que ahora nos trae es lo que narra en lo fundamental. Pero Joaquín, que nació en  1956, tiene mucho camino por delante, y mucho le queda por decir y por vivir para seguir en el futuro deleitándonos con su tiernamente humano proceder.

MOISÉS CAYETANO ROSADO

viernes, 14 de noviembre de 2014

EL MIEDO A “PODEMOS”
 
Moisés Cayetano Rosado
Empezaba la democracia en España a finales de los años ochenta y yo tenía dos niños pequeños que llevaba al pediatra. Buen hombre que siempre recetaba “clamoxil mucolítico” antes de dar los “buenos días”, y que estaba dubitativo entre comprarse una casa de campo o dejarlo para mejor ocasión.
- ¿Y por qué?, le pregunté.
- Porque como ganen las elecciones los socialistas me la expropiarían, para dársela a otro que no tuviera ninguna, contestó completamente convencido.
También otro conocido -corresponsal de periódico en su pueblo- mostró su sorpresa al verme pasear con mi mujer y mis hijos.
- ¡Pero si los socialistas no creéis en la familia!, me espetó.
Sí, por aquellos años, el Partido Socialista y todo lo que se le asimilara (¡no digamos los comunistas!), podían fácilmente comerse a los niños crudos, perseguir curas para quemarles las sotanas y asaltar segundas viviendas para desvalijarlas, llevándose incluso ventanas y ladrillos.
Y Felipe González  bramaba contra el imperialismo, contra la OTAN (luego, “de entrada NO” y después “pues va a ser que SÍ), prometiendo la gloria de la reforma agraria e incluso llevar al cielo laico a todos los parias de la tierra.
Ocurrió que ni expropiaron segundas viviendas en sus largos mandatos, ni destruyeron por la fuerza a las familias, ni repartieron tierras o dieron de mamporrazos a los curas, sino que promovieron el “capitalismo ordenado” y subvencionaron a la Iglesia católica y sus escuelas como fieles devotos, al tiempo que desfilaban con los soldados teledirigidos por los gringos. Si acaso, lo del cielo laico… para algunos, como el propio Felipe, que anda entre Consejos de multinacionales, puros y masajes en yates, y fincas rústicas y urbanas registradas a su nombre.
Ahora, en estos tiempos posmodernos, le toca el turno a otros nuevos jóvenes, igualmente montaraces, utópicos, ilusionados, soñadores. Son los de “Podemos”, que al parecer también vienen a comerse crudos a los niños de derechas, a quitarles los collares a las marquesas y a comprarles camisas de Benetton a los descamisados.
Si viviera mi pediatra y mi conocido corresponsal de periódico, ya estarían metidos debajo de la mesa, contando sus caudales para ponerlos a recaudo seguro. Cualquier excusa es buena para el que quiera salir por la tangente.

¿Vendrá de verdad esta vez el lobo para tragarse a la abuelita y esperar con artimaña a la tierna inocente que engañó en el camino? No olvidéis el final del cuento: siempre están los buenos cazadores dispuestos a poner orden en medio de la locura y los desvíos. De eso sabemos mucho, porque mucho hemos visto a lo largo de la historia.

miércoles, 12 de noviembre de 2014


El equipo formado por Carlos Sánchez Rubio, Rocío Sánchez Rubio e Isabel Testón Núñez nos tiene acostumbrados a disfrutar de sus trabajos llenos de sorpresa en los descubrimientos, rigor en la investigación y amenidad en la exposición, constituyendo un tesoro documental y cartográfico de la Raya.
Tenemos sobradas muestras de ello en obras como Planos, Guerra y Frontera. La Raya Luso-Extremeña en el Archivo Militar de Estocolmo y en Corograhía y descripción del territorio de la plaza de Badajox y fronteras del reyno de Portugal confinantes a ella, ambas del 2003. En Imágenes de un Imperio perdido. El Atlas del marqués de Heliche, de 2004. En Cartografía de un espacio en Guerra. Extremadura 1808-1812, de 2008.
Y ahora nos sorprenden con esta obra monumental editada por “4 Gatos” y patrocinada por la Fundación Caja Badajoz en gran formato, con 280 páginas: El Atlas Medici de Lorenzo Possi, 1687. “Piante d’Estremadura, e di Catalogna”, exhaustiva, ejemplar, que profundiza en la vida y obra de un ingeniero militar italiano al servicio de la Monarquía Hispánica en los tiempos difíciles de las sublevaciones de Portugal y Cataluña en la segunda mitad del siglo XVII.
El volumen, tras una presentación del Presidente de la Fundación Caja Badajoz, Francisco Manuel García Peña, y prólogo del catedrático de la UEX Miguel Ángel Melón Jiménez, se divide en diez capítulos, dedicados seis de ellos a la justificación e investigación de los autores del trabajo, uno a la descripción del Atlas de Lorenzo Possi, más otros tantos a la transcripción de las leyendas de los mapas y planos, bibliografía e índice onomástico. Entre los seis primeros y los cuatro restantes, nos ofrecen copia fiel del propio Atlas de Lorenzo Possi.
Este magnífico Atlas se compone de un mapa general de Extremadura y la zona portuguesa limítrofe, otro de Cataluña, uno más del Rosellón y otro de la frontera catalano-pirenaica; ocho planos de fortificaciones extremeñas (Badajoz en planta y vista, más Olivenza, entonces portuguesa), trece portuguesas (la mayoría alentejanas, con Évora y Vila Viçosa en planta y vista), dieciséis catalanas (seis de ellas con versión de planta y vista), dos del Rosellón, una de Cartagena, otra de Orán y otra de Melilla. Lugares todos ellos donde intervendría el ingeniero.
Y con ser una joya el Atlas en sí, el profundo trabajo del equipo investigador resulta extraordinario. A lo largo de los seis capítulos iniciales van desgranando la vida y obra de Lorenzo Possi (que han rastreado en diversos archivos consultando memoriales, cartas, planos, etc., al tiempo que consultado a gran número de especialistas de diversas nacionalidades), aclarándonos los pormenores de sus métodos de trabajo, las incidencias de su agitada vida, la relación con otros ingenieros militares (en especial Ventura de Tarragona, Marco Alessandro del Borro, Jerónimo Rinaldi, Juan Bautista Ruggero, Ambrosio Borsano y Esteban Matteini), su colaboración e intercomunicación, así como el servicio que todos ellos prestaron a la Corona Hispánica en los tremendos años de las guerras sucesivas al oeste (Portugal) y noreste de su frontera (Francia especialmente).
No solo estamos ante una obra que nos descubre y desentraña un Atlas inédito, desconocido hasta ahora, sino que bucea en diversos archivos, principalmente de Alemania, Austria, España y Portugal, para establecer comparaciones con otros documentos, mapas, atlas de la época y posteriores, despejando dudas sobre autorías de planos dudosamente datados y atribuidos hasta la fecha, sirviéndose de métodos rigurosos y algunos novedosos, como el de las “filigranas papeleras”, que nos explican con soltura didáctica.
La obra en sí es una joya -tesoro de la Raya- de alto valor bibliográfico y documental. Un hito en el conocimiento del trabajo de los ingenieros militares de la segunda mitad del siglo XVII. Un descubrimiento con respecto a un autor hasta ahora prácticamente ignorado. Y al mismo tiempo, un ejemplo de metodología en la investigación y en la presentación al gran público de lo investigado.

MOISÉS CAYETANO ROSADO

sábado, 8 de noviembre de 2014

Moisés Cayetano Rosado
Acabo de regresar de Cataluña. Allí me he entrevistado con antiguos compañeros, alumnos de hace decenas de años, dirigentes de asociaciones de emigrantes, amigos, conocidos, gentes de la calle… “Catalanistas” convencidos y “españolistas” que lo tienen absolutamente claro; pero también personas indecisas, expectantes ante el aluvión de argumentos y consignas.
He recorrido las cuatro provincias. Pueblos y ciudades. Sitios bulliciosos y recónditos. Todos magníficos lugares. Y extraordinaria gente, como me ha ocurrido en tantas ocasiones que allí he vuelto, tras haber vivido mi primera experiencia laboral hace ya varias décadas.
Cada uno un mundo, un argumento, una razón expresada con convencimiento, aunque también en muchos con cierto grado de inconsistencia, o de duda. Pero no he visto, en forma alguna, tensión, malos modos, incomodidad. Me recuerdan los versos de María Elvira Lacaci, de su poema “La Puerta del Sol”, a la que tantas veces he hecho referencia, cuando se preguntaba “¿Quiénes eran España?”: “Cada cual/ un amor, una lágrima,/ un rencor que no cesa./ Una perenne lucha. En su existencia”.
Porque he visto la preocupación cotidiana por la vida, el ansia de vivir, el temor, la alegría, el fatigar diario, la renovada ilusión, las recaídas y el nuevo levantarse en las múltiples facetas de la vida.
He visto, también, el deseo de expresarse. De la forma que cada cual entiende. Afirmando o negando. Reafirmándose en convicciones que no se pueden taponar, como no se pueden poner puertas al campo.
Y en ningún momento una Cataluña de buenos y de malos. De saqueadores y de saqueados.

¿No fue aquello de “Habla pueblo, habla”, lema de la Transición que tanto alabamos? Hablar es necesario, porque como decía el poeta extremeño Manuel Pacheco, “en boquita cerrada no entran moscas/ pero tampoco salen las palabras”, y es necesario que salgan las palabras para que no nos asfixien, agolpadas en nuestra garganta. Impedir ahora la consulta es mantener la incógnita de qué quiere mayoritariamente el pueblo que vive en Cataluña, y seguir dilatando el cacareo de políticos que en gran medida cuidan de su “huerto” con la excusa de mantener una u otra postura que a la postre es la razón de su estar en candelero.